SAN ANDRÉS: LA BONANZA Y A MIRARSE EN UN ESPEJO.

LA BONANZA MARIMBERA: TIEMPOS DE LOCURA

Entre 1974 y 1985 la costa Caribe colombiana fue escenario del cultivo y exportación ilegal a gran escala de marihuana a los Estados Unidos, fenómeno que influyó en la sociedades y cultura de los departamentos de Atlántico, Magdalena, Cesar y La Guajira. Acerca de los excesos de esta época, primera crónica de la época en que en la costa llovió dinero.

DEL ESCRITO DE FREDY GONZÁLEZ ZUBIRÍA

La marimbera fue la única de las tantas bonanzas que ha tenido La Guajira en la que sectores populares como el campesinado realmente se beneficiaron. Los campesinos marimberos llegaron a ostentar más poder económico que la sociedad que los tuvo marginados por años, y que los veía apenas como simples sembradores de yuca.

Con la llegada de la bonanza marimbera pronto fueron evidentes los excesos, extravagancias y disparates de quienes comerciaban con ella.

Hubo marimberos tranquilos, respetuosos de los demás, hombres caseros y mesurados, pero otros dieron rienda suelta a su imaginación y ambición y vivieron fantasías terrenales entre montañas de dinero.

El volcán de dólares sirvió para amplificar a niveles extraordinarios viejas tradiciones como las riñas de gallos; satisfacer gustos personales de manera exagerada como las gigantescas parrandas, y cumplir sueños juveniles como presenciar la final de un Mundial de Fútbol. El tener la posibilidad de poseer todo lo que se sueña llevó a una locura colectiva que incluso contagió a las autoridades de la época.

En la primera etapa de la bonanza, docenas de agentes de la Policía “salieron de pobres” durante su servicio en La Guajira, y no pocos oficiales se hicieron millonarios.

Las anécdotas se cuentan por cientos. Un exmarimbero narraba que en una ocasión fue tan jugoso el pago a varios policías, que estos ayudaron a cargar la marihuana en el camión e hicieron el viaje en el vehículo hasta las afueras de Manaure para garantizar que no los molestaran.

En varias ocasiones los propios vehículos oficiales de la Policía –relatan distintas anécdotas– sirvieron para iluminar las pistas clandestinas en la Alta Guajira.

El dinero de la hierba daba para todo. Los mayoristas hicieron importantes contribuciones para mejoras en la Catedral de Riohacha. El dinero marimbero circuló a todo nivel. Financiaba campañas políticas, regalaba cirugías, pagaba matrículas universitarias, subsidiaba a reinas, carnavales y fiestas patronales, servía para adquirir obras de artistas criollos y era invertida en ganadería, agricultura y construcción de viviendas.

Los marimberos construyeron espléndidas casas en Riohacha, adquirieron fabulosas mansiones en Barranquilla y lujosos apartamentos en El Rodadero, Cartagena y Miami.

A esos lugares se trasladaban con sus familias, gustos, música y culinaria. Los vehículos fueron un símbolo de poder, desde el Mercedes Benz hasta la Ford Ranger. Algunos sentían que no les lucía reparar carros: si se varaban en una calle o en la carretera lo dejaban tirado y al día siguiente compraban otro.

Las mujeres fueron las clientas preferidas de las boutiques más exclusivas de Barranquilla y Miami, y muchas viajaban a esta última ciudad en sus avionetas privadas.

La ropa costosa se convirtió en objeto de deseo. El velorio, el compromiso social más importante para los guajiros, pasó de ceremonia de recogimiento a desfile de modas.

Despampanantes trajes y espléndidas joyas entraban y salían de las casas al dar el pésame, provocando rumores entre los asistentes.

La mayor preocupación de la mujer de un marimbero era la “competencia”: las amantes, queridas o novias de su marido. Se conocen casos de esposas que recurrieron al uso de la brujería para enfrentar a sus rivales.

Viajaron a Panamá, Venezuela, Cuba y Haití en búsqueda de hechiceros para romper la relación de sus maridos con sus amantes.

En Barranquilla y Riohacha se libraron verdaderas batallas mágicas entre mujeres de un mismo hombre. Los conjuros y maleficios iban y venían de un hogar a otro. Son muchos los testimonios que aseguran que el uso permanente de la brujería terminó arruinando a familias enteras.

Otros marimberos son recordados por sus excentricidades: contrataban prostíbulos enteros en Barranquilla y cerraban las puertas por 2 o 3 días, a semejanza de las bacanales romanas.

Un conductor de un “mayorista” de marihuana de la época tiene como el mejor recuerdo de su vida la ocasión en que su patrón le “mandó” tres mujeres para el solo. “No sabía ni por dónde empezar”, aseguraba el hombre.

En la época de los grandes contrabandistas, el músico pasó de protagonista a ser el encargado de amenizar eventos. Cuando un comerciante lograba introducir a salvo su mercancía, contrataba músicos, abría una caja de whisky, ginebra o brandy, y celebraba con sus amigos.

La parranda se extendió por La Guajira para celebrar triunfos comerciales y políticos, conmemorar cumpleaños y bautizos, y festejar fiestas patronales.

En la bonanza se sabía cuándo iniciaba una parranda pero no cuándo terminaba. Podían durar entre dos y cinco días, amenizadas por hasta tres conjuntos vallenatos, compositores con guitarras y un mariachi.

Se consumían varias cajas de whisky y toneladas de comida: picadas, friche, asados, sopas a media noche y tortuga en la mañana. La gente tomaba, amanecía, se retiraba a dormir en chinchorros cercanos, o iba a su casa, se cambiaba de ropa y regresaba.

El gusto de los marimberos por la música vallenata permitió mejorar ostensiblemente la calidad de vida de gran parte de ese gremio. Les pagaban muy bien los toques y parrandas, y en ocasiones les obsequiaban vehículos, electrodomésticos y ganado.

Por aprecio y agradecimiento, compositores inmortalizaron a sus amigos a través de melodías. A su vez, acordeoneros y cantantes, en correspondencia por la exorbitante generosidad, les enviaban saludos en las grabaciones de discos, gesto que se convirtió en negocio ya que cualquier persona pagaba para que lo saludaran en un vallenato.

La riña de gallos finos fue por décadas la afición preferida del campesino guajiro. Cuando estos se involucraron en el negocio de la marihuana, el esparcimiento se convirtió en espectáculo de grandes inversiones y apuestas.

Los marimberos tomaron el asunto de gallos como cuestión de honor. Hicieron cruces de las mejores razas. Importaron aves de Aruba, Miami, Cuba y España, esperando crear animales invencibles.

El nuevo gallo guajiro ganó fama nacional. Se intentó, incluso, cruzar gallos con gavilanes, en búsqueda de engendrar un verdadero asesino emplumado.

Las apuestas eran desmedidas. Millones de pesos, miles de dólares, vehículos y hasta fincas se jugaban. Un millonario de la marihuana venido a menos reconoció que los gallos fueron su ruina: “Viajábamos a muchas partes del mundo con los gallos apostando dinero como locos , ahí se me fue mi plata”.

La tenencia de armas es tradición en La Guajira criolla desde el siglo XIX, y milenaria en La Guajira indígena. Era una prenda más de vestir. El resguardo del honor, su uso común. En el siglo XX el arma continuó como elemento disuasivo, en una tierra donde históricamente la ausencia de autoridad ha llevado a que las familias de las víctimas se encarguen de hacer justicia.

En la bonanza, la adquisición de armas fue una prioridad. Los marimberos adquirieron modernos arsenales, armaron a familiares, ahijados y amigos, y los improvisaron como guardaespaldas.

Los disparos al aire, antigua tradición practicada a la medianoche cada 31 de diciembre para celebrar el cambio de año, en la bonanza tuvo otros motivos: se hacían para marcar territorio o expresar estados de ánimo.

Celebraban o maldecían disparando, o simplemente porque les daba la gana. Si alguien hacía un tiro al aire, otro le respondía desde algún patio. Los habitantes de Riohacha presenciaban un concierto de plomo todas las noches: entre 300 y 500 tiros se hacían como pasatiempo.

Para los jefes marimberos, el valor y el tamaño del arma eran elementos de prestigio. El voluminoso revólver Smith & Wesson modelo 29, más conocido como Magnum 44, inmortalizado por Clint Eastwood en el film Harry el sucio, fue el favorito de marimberos campesinos.

Lo portaban en la parte de atrás del pantalón causando una protuberancia del mismo, lo que les valió el apelativo de ‘culo puyú’.

Otros preferían la pistola Browning, calibre 9 mm. La llevaban en la parte del frente de su pantalón. A estos le decían los ‘cacha afuera’. Artesanos y orfebres de los Estados Unidos hicieron su agosto personalizando armas para guajiros. Fabricaban cachas de oro con las iniciales del dueño e incrustaciones de piedras preciosas.

A ciertos personajes las armas y el poder los trastornó. En la Punta de los Remedios se recuerda a alguien que gustaba caminar con la pistola en la mano y montada. En Maicao, la pasión de un mestizo era embestir con su camioneta a peatones. En Riohacha hubo maridos que aterrorizaban a sus mujeres con disparos. Uno de ellos, cuando necesitaba a su esposa, en vez de llamarla por su nombre hacía un tiro y ella entendía que debía acudir.

El juego con armas entre amigos y familiares les costó la vida a decenas de jóvenes. En medio del licor terminaban matando a un buen amigo o a su propio pariente. La tentación de sacar un arma para resolver pequeños problemas condujo a decenas de muertes absurdas y al exilio de muchos para evitar la venganza.

Algunos jóvenes se transformaron en auténticos pistoleros, y terminaron siendo tan peligrosos que hasta los marimberos les temían.

Trabajaron de escoltas o “solucionadores de problemas”. Al finalizar la bonanza quedaron sueltos y por su cuenta. Murieron en su ley. El abuso del poder y la intimidación por parte de pistoleros destrozaron la imagen del guajiro en la costa Caribe.

La tenencia de armas se propagó como epidemia. Abogados, profesores, médicos, comerciantes y hasta sacerdotes adquirieron armas para enfrentar posibles amenazas de pistoleros. “Si se meten conmigo, les doy a’lante”, decían.

Los disparos y el volumen de los equipos de sonido mantuvieron a riohacheros y maicaeros encerrados por años. Cuando lograron asomarse a la puerta, las ciudades no les pertenecían. Sin embargo, la intolerancia e intimidación nunca fue perdonada. Las familias amigas de los tiros empezaron a sufrir del aislamiento social.

A inicios de los noventa, el porte de armas empezó nuevamente a ser mal visto, fue pasando de moda. La gente discretamente se apartaba cuando veían a alguien armado. Lo dejaban solo.

Riohacha y Maicao jamás serían las mismas. La marimbería estremeció esas ciudades y opacó a la sociedad civil de ambas. Riohacha ha logrado salir adelante; Maicao aún no encuentra su norte.

En la actualidad se quiere responsabilizar de todos los males de La Guajira a la cultura marimbera. El clientelismo y el nepotismo vienen de atrás. La corrupción es un mal endémico, herencia colonial. Miembros de algunas familias que jamás negociaron una libra de marihuana administraron recursos de regalías del carbón y gas como plata de bolsillo. Al menos los marimberos despilfarraron su propio dinero, no el del pueblo.

*Texto reproducido por la revista digital Contexto el 12 de octubre de 2022 y publicado originalmente en el desaparecido semanario Latitud del diario El Heraldo el 29 de septiembre de 2012.

Fredy González Zubiría

Escritor, cineasta e investigador cultural nacido en Maicao. Es director del Fondo Mixto de Cultura de La Guajira.

Acerca de alvaroarchbold (229 Artículos)
Abogado Universidad del Rosario, Especializado en sociologia jurídica con enfásis en sociopolitica de la Universidad de París II Panthéon-Sorbone. Ex-gobernador del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

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